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Vivir el Mundo con los Ojos Cerrados

Soy Juan David Hernández Giraldo, tengo 18 años y soy el menor de cuatro hermanos, hijo de Tulio Alberto Hernández, de Granada y Nora Alba Giraldo, de Cocorná. Nacimos en una familia campesina, humilde y trabajadora, que vivió las dificultades del conflicto armado. Este sufrimiento nos llevó a desplazarnos al municipio de Marinilla, Antioquia, donde pasé una parte significativa de mi niñez.

Mi infancia fue bastante común y similar a la de muchos otros niños. Me encantaba jugar, siempre he sido inquieto y curioso, explorando todo lo que me rodeaba con una alegría contagiosa. Asistí a la escuela como la mayoría de los niños. Sin embargo, cuando tenía alrededor de diez años, mi vida dio un giro inesperado. Un desprendimiento de retina me dejó completamente ciego, y en ese instante, mi mundo cambió por completo.

Recuerdo que el proceso de adaptación fue extremadamente duro. Tenía una visión muy diferente del mundo, y enfrentarme a la realidad de depender de mi mamá durante una etapa en la que la juventud me impulsaba a explorar y descubrir fue muy difícil. Este desafío me llevó a una profunda depresión. Con el tiempo, me fui adaptando a mi nueva forma de vida. Aprendí a ver el mundo de maneras diferentes: a través del viento en mi rostro, del aroma de la naturaleza, del sol que cae sobre mis hombros. Comprendí que el mundo no se percibe solo con los ojos, sino con todos los sentidos. Empecé a leer el mundo con los ojos cerrados y descubrí que mi vida estaba llena de posibilidades y cosas por explorar.

Siempre soñé con subir a un escenario y aprovechar mi talento para hacer reír a la gente, aliviando el peso de la vida y sacando sonrisas. Aunque mi discapacidad visual parecía un obstáculo, me di cuenta de que podía transformar esa dificultad en mi mayor fortaleza. Mi objetivo era llegar a los corazones de las personas que necesitaban una sonrisa, demostrarles que uno puede reírse de los momentos difíciles y usarlos como armas para luchar.

En mis rimas y trovas, suelo usar frases como: «El trovador que no ve ni media, espere que cuando lo vea cuadramos» o «No te saludé porque no alcancé a verte». A los 14 años, descubrí mi pasión por la trova y la composición de rimas. Con la ayuda de la escuela de trova en Cocorná, puse a prueba mi talento y hoy continúo persiguiendo ese sueño que me da cada día más razones para vivir.

Mi mayor miedo es el fracaso, ya que para mí esto significaría perder mi capacidad de sonreír. A los jóvenes que tienen todos los sentidos, pero han perdido la alegría de vivir, les diría: «Amen la vida, disfruten de sus sentidos con responsabilidad y valoren lo que tienen, especialmente a la familia, la vida y los seres queridos. Son tesoros que no se reemplazan con nada en el mundo.»

A quienes se encuentran en una situación similar a la mía, les aconsejaría que se den la oportunidad de conocer el mundo a través de sus otros sentidos. Descubrirán que todo cambia y que la vida puede volverse mucho mejor.

A los 18 años, continúo persiguiendo mi pasión por la trova, transformando mis desafíos en arte. Cada verso que compongo y cada rima que recito son mi manera de conectar con el mundo y demostrar que la vida tiene un brillo especial, incluso en la oscuridad.

El escenario se ha convertido en mi refugio, donde mi música y mis palabras inspiran a otros a enfrentar sus propios desafíos con valentía. Aunque el camino no siempre ha sido fácil, he aprendido que nuestras adversidades pueden revelarnos nuestras mayores fortalezas.

Mi sueño sigue siendo el mismo: llevar alegría y esperanza a quienes lo necesiten y mostrar que, sin importar los obstáculos, siempre hay un camino hacia la luz. A través de la perseverancia y la pasión, descubrimos que la vida es un regalo lleno de posibilidades.

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